Cual de los dos es más pijo??

«Es de lo más curioso -comenta mi amigo, un francés que vive en Londres, como casi todos los franceses sensatos-. Su país ha dado a luz gemelos. Estos Cameron y Clegg... Son la misma persona, ¿no? Los dos son... ¿Cómo dicen ustedes, unos pijos?». «Sí -le explico-, pero son diferentes tipos de pijo».

Me mira desconcertado: «Pero los dos han ido a centros privados de enseñanza, los dos son ricos, los dos son hijos de financieros... Hasta el pelo lo llevan parecido».

«Cierto -reconozco-, pero no son la misma especie de pijo. David Cameron es de la clase de pijos de Eton, Oxford, club de campo, cristalería tallada y cacería, mientras que Nick Clegg es de la clase de pijos de Westminster, Cambridge, urbano, viajado por el extranjero y fondo de fideicomiso. Cameron es de clase media-alta tirando a alta con unas gotas de pequeña aristocracia inglesa mientras que Clegg es de clase media-alta tirando a media con un toque de aristocracia europea. ¡Son cosas completamente diferentes!».

Por el gesto dibujado en su rostro galo, más bien desconcertado, pude deducir que no había conseguido hacérselo entender, así que empecé por lo más elemental.

En la sociedad británica no hay tres clases sino una variedad infinita de subclases, regidas por una multiplicidad de distinciones sutilísimas, invisibles e incomprensibles para todo aquel que esté fuera de este sistema. Esas distinciones dependen en parte de la riqueza personal, de la geografía y de la educación, pero también del linaje familiar, del acento al hablar, de las formas de ocupar el ocio, de la austeridad en los gastos y de dónde se compra uno los zapatos.

En Francia no hay más que dos clases: los gobernantes y los gobernados. La revolución no introdujo grandes diferencias en este esquema. En Gran Bretaña, como señaló John Prescott, no hay más que una única clase, la clase media, a la que pertenecemos todos. Todos los miembros de la clase media son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

«¡Ya! -exclama mi amigo francés-. Entonces, ¿quién es más distinguido, Cameron o Clegg? ¿Cuál de los dos es más pijo?». Ésa es una pregunta muy complicada, digna de un Anthony Powell, el insuperable observador y cronista del sistema inglés de clases sociales. Insaciable snob, Powell entendió mejor que cualquier otro novelista, con la posible excepción de Evelyn Waugh, las variaciones sutilísimas de las clases sociales británicas, que en tiempos marcaban la línea que distinguía a un baronet, por ejemplo, que había pasado a formar parte de la clase media, de un lord hecho a sí mismo que compraba sus propios muebles.

La delimitación de dichas distinciones, no sólo entre clases sociales sino incluso dentro de esas clases, es una necesidad imperiosa, típicamente británica. Tal y como Lord Robert Cecil escribió tiempo atrás, «un hombre de prosapia tiene cubiertas sus necesidades materiales más elementales; la primera es la de tener el privilegio de mirar a sus vecinos por encima del hombro».

Así pues, ¿quién, en esta nueva pareja Cameron-Clegg, mira a quién por encima del hombro?

Aparentemente, Cameron debe de ser el más pijo si se atiende a la genealogía. Es descendiente de Guillermo IV y está lejanamente emparentado con la reina. Su madre es hija de un baronet. Su suegra es vizcondesa. Samantha Cameron [su mujer] es una pija perteneciente a la aristocracia rural, de esas familias con dinero de toda la vida, hija mayor de Sir Reginald Adrian Berkeley Sheffield, octavo baronet de su nombre y descendiente de Carlos II.

Pero por las venas de Clegg también corre sangre azulada. Su abuela era una baronesa, rusa blanca. Su tío abuelo murió apaleado por sus propios labriegos, lo que siempre da un caché aristocrático. Su tía abuela fue espía: es bien sabido que, con anterioridad a 1992, aproximadamente, en el MI6 no contrataban a nadie que no perteneciera a la alta sociedad. Por otro lado, sus antepasados por la otra rama de la familia eran empresarios coloniales holandeses; comerciantes, efectivamente.

Los modales de Cameron son los propios de la alta sociedad más exquisita. A diferencia de Clegg, que no dudó en pisar la palabra a los otros en los debates televisados, Cameron se callaba cuando lo interrumpían y, cuando le pedían que guardara silencio, lo respetaba. Eso puede explicar por qué no triunfó.

Se dice que Cameron disfruta en las cacerías de faisanes mientras que lo más cerca que ha estado Clegg de los deportes en que se derrama sangre es el Congreso anual del Partido Liberal Democrático.

Cameron no rechaza comer fish and chips y disfruta con la lectura de libros de bolsillo, lo que en sí mismo es una señal de pijerío superlativo. Sólo los muy, muy distinguidos son instintivamente austeros, como ha quedado demostrado con la revelación, en esta misma semana, de que la reina madre alquilaba un televisor para su castillo en Escocia.

El acento de Clegg es el típico BBC, con algún indicio del deje del Estuario perfeccionado por Tony Blair (es decir, clase media alta tirando a baja). El acento de Cameron, según sus amigos, siempre ha sido más bien «pastoso y patricio»; en su manera de hablar, las vocales han ido perdiendo fuerza a medida que él ha ido ascendiendo más alto.

En fin, hemos llegado al punto clave. Clegg y Cameron ocupan nichos ligeramente diferentes dentro del espectro social, pero eso no importa absolutamente nada.

En la actualidad, las graduaciones infinitesimales de clases revisten un cierto interés antropológico pero no tienen la más mínima relevancia política. El resultado de las elecciones ha probado que los votantes saben que hay consideraciones más importantes que la escuela a la que se asistió, la manera de hablar o el gusto por matar animales el fin de semana. En la actualidad, las distinciones entre clases sociales en Gran Bretaña no pasan de ser más bien un tema de cierto interés, pero nunca una cuestión de importancia. Somos todavía conscientes de que hay clases pero no estamos paralizados por nuestra conciencia de clase.

«Creo que lo he cogido -dice mi amigo francés-. Los dos son pijos, pero cada uno a su manera, lo que no implica ninguna diferencia».

«¡Voilà! ¡Qué inglés!».

Ben Macintyre es columnista del 'Times'

Cameron es pijo de club de campo mientras Clegg es pijo urbano y viajado

Los modales del nuevo premier son propios de la alta sociedad más exquisita.

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