El vintage vuelve a ser moda

Servidora les hacía en un geriátrico. Echando un dominó con los New Kids On The Block, una petanquita con los Take That, un parchís con los N'Sync o un bailecito agarrado rollo pasodoble con las Bananarama, pero no, nenas, resulta que siguen en activo. Y no es que se hayan retirado a Marina D'Or, o lo que haya en Malibú, y, tras haberse implantado cuatro pelos color caoba, dos glándulas mamarias de polietileno y una garrafita de 5 litros de botox, hayan decidido volver. Qué va.


Han estado grabando sus discos y sus cosas. Es decir presentado sus teletiendas, teniendo sus hijos, casándose con sus modelos como Howie D. con Leigh Boniello o abrazando la fe como Brian Littrell. Incluso, han tenido sus carreras en solitario. Vamos que no se han dejado nada por hacer. Como que ya tienen una edad. El único cambio, que Kevin Richardson se las ha pirado, de hecho, ya llevaba seis discos grabados como externo. Como una doméstica pagada por horas, para que me entendáis, que lo mismo te cose unas cortinas como a la del portal de enfrente le coge los bajos de las faldas. Si es que ya lo decía Sánchez Ocaña, lo mejor para no perder la cabeza con los años es tenerla ejercitada.

Y ellos, otra cosa no pero, componer, componen. El octubre pasado sacaron su último álbum, Unbreakable. Anoche llegaron a Madrid con él. Con sus vaqueritos caídos, sus melenas con mecha blanca, las patillas perfiladas con escuadra y cartabón, los tatuajes, gorras y los cueros, primero; trajes cruzados y corbatas, después; incluso, pitillo y sombrero estilo Elvis Costello porque ya no sabían ni qué ponerse. Con estos modelitos dieron rienda suelta al disco. Y entre espontáneos, desmayadas, rings de boxeo, mesas de black jack y taburetes dorados cantaron algunos de los 14 temas que lo componen. Entre ellos sonaron temas como Inconsolable, Helpless When she smiles, Everything but mine, Something that I already know, One in a million o Treat me right. Cualquiera de ellos les quedaría precioso como banda sonora en un telefilme. Así, con grititos soul y carita de «soy súpermono y sufro mucho porque se te ha roto una uña y te quiero». También rescataron los temas pretendidamente provocadores. O sea, todos. Es más, podrían haber puesto «Autopista hacia el cielo en un videowall» pero, darlings, no había videowall, se decidieron por el atrezzo móvil. En plan vintage.

No obstante, lo que realmente nos puso orgásmicas a mí y a mis cientos de mejores amigas que llenamos, porque llenamos el Palacio de los Deportes, fue el repaso a los grandes éxitos de su carrera, a salto de mata y sin casi respirar en plan coreografía de Fama, como We've got in going on, Quit playing games, Everybody, As long as you love me, I want it that way o Shape of my heart. Pero, con arreglos nuevos. Más chulas, Mari... Y me trajeron una de recuerdos... Como por ejemplo cuando servidora se alisaba el flequillo con rulo y se rizaba el resto con litros y litros de espuma... Porque los cuatro de Miami, a sazón, Brian Littrell, Howie Dorough, AJ McLean y Nick Carter, saben como llegarte al corazón, si por corazón se entiende también bragatanga...

Están más hechos, sí, como con tripilla acuciante, especially Carter pero, nosotras, también. Somos treintañeras (ejem) y a mucha honra. Las teenagers, en cambio, siguen a zarapastrosos, mientras que los Backys huelen a colonia Chispas y, aunque van de malotes y hacen cosas feas con la pelvis y los puñitos, les molan los polos azul bebé. Quince años con el mismo corte de pelo, pero limpio. 75 millones de discos vendidos en todo el mundo dan para mucho champú. Eso sí, en cuanto nos vayamos muriendo sus fans, a ver qué hacen...

No cabe duda de que Chikilikuatre es un síntoma de que el panorama musical empieza a pasar de sus músculos y sus bracitos espasmódicos por mucho que al cuarteto le dé por reinventarse con baladas latinas, chalecos de lino blanco, teatrillos, palabras con acento mexicano, y hasta sonidos electrónicos o guitarreos interminables en plan Kiss, pero reinas, siguen sonando a Con ocho basta. Eso sí, si vuelven las hombreras, quién te dice a ti que hasta John Secada y Rick Astley no se hagan unos duetos con los americanos y esté yo ahí diciendo que son lo más de lo cool... Hoy por hoy, si los rockeros nunca mueren, las band boys deberían tener, al menos, fecha de caducidad, como los yogures. 

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