La soledad familiar en Santa Clara

El viernes se celebra el Consejo de Ministros. Hay menos tensión que en los últimos meses. El vicepresidente está especialmente apático y desganado, más despegado de las discusiones que otras veces. 

Con la misma indiferencia ante los miembros del «clan de Chamartín» y los componentes del nucleo de Carlos Solchaga. 

Todos ellos conocen los rumores y cábalas que existen en los cenáculos madrileños. 

Las apuestas que se cruzan en torno a Francisco Fernández Ordóñez como futuro vicepresidente, los dardos que se lanzan desde la calle Ferraz contra Claudio Aranzadi, el no rotundo que Guerra ha dado varios proyectos de ley emanados de los Ministerios de Almunia y Barrionuevo... 

Conocen y viven con expectación la «batalla de Madrid» dentro del socialismo: El negro futuro que tienen Joaquín Leguina y Juan Barranco; el claro posicionamiento de Teófilo Serrano para ser el nuevo secretario regional de la FSM; el poder que dentro del partido tiene y practica el número dos... Ninguno sabe que Alfonso Guerra se va. Los más atrevidos piensan en un empate entre el vicepresidente y el titular de Economía, con permanencia de los dos en el Ejecutivo. 

Desconocen que Felipe González ya ha dicho sí, que tan solo espera el «momento adecuado» para «dejar en libertad» a su fiel sombra. Esa tarde, antes de salir en vuelo hacia Sevilla, Alfonso recibe por el teléfono interior de Moncloa un ruego: Que espere hasta el miércoles 16, hasta que expire el plazo de la resolución 678 de las Naciones Unidas, hasta que la guerra marque su propio y macabro ritmo. 

En Cáceres le esperan al día siguiente. Ha cambiado la apertura del Congreso del PSOE extremeño por la clausura. Allí tiene un escenario y un público fiel, uno de los mejores para un «director» de sus características. 

Se compromete a pensarlo una vez más, en la soledad familiar de Santa Clara. El sábado, Felipe González se vuelve a reunir con el minigabinete de crisis en Moncloa, al que nunca ha asistido el número dos: están el titular de Defensa, Narcís Serra, el de Exteriores, Paco Ordóñez y la portavoz Rosa Conde. Lo primero que les dice, con voz tranquila, es que ha aceptado la dimisión presentadapor el vicepresidente. Cinco minutos después están examinando la situación en el Golfo. La «procesión» de cada uno de ellos va por dentro. 

Antes de comer González habla de nuevo con Alfonso Guerra. Este le confirma que no hay marcha atrás, que va a hacer público su abandono del Gobierno en Cáceres, que los dados se han echado a rodar y no hay quien los pare. Ahora hay que correr. Rosa Conde y su equipo son convocados con urgencia en Moncloa. El presidente llama al palacio de La Zarzuela para informar al Rey. Don Juan Carlos no está localizable y cada latido de los relojes acerca un poco más a Guerra a los micrófonos del Congreso regional. Su Majestad no puede enterarse por los medios de comunicación.

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