Paisajes oníricos y realistas

Se le puede reprochar a Coppola su excesiva inventiva, el ofrecer tantas e hipnóticas cosas en cada imagen que te impide concentrarte en una sola, el no dar respiro a su imaginación ni permitir el relajamiento del espectador. Pienso ver numerosas veces su película. Ya he «sentido» sus emociones y he paladeado su atmósfera. 

A partir de ahora, observaré cada piedra preciosa del tesoro, los detalles de la ambientación, los diferentes matices cromáticos, los paisajes oníricos y realistas, el maquillaje y el vestuario de los personajes, la utilización de la preciosa banda sonora, los brillantes efectos especiales, el movimiento de los actores, las distintas e inspiradas piezas que han conseguido tanta armonía poética y una película que no se parece a ninguna otra, que no había visto jamás. 

No hay grandes interpretaciones en Drácula. Hay físicos y presencias adecuadas para transmitir lo que desea Coppola, la invisible pero única estrella de este circo admirable. Gary Oldman (con Daniel Day Lewis, el más notable entre los camaleones jóvenes) aporta fuego, tristeza e infinita desesperación a Drácula, Wynona Ryder, la sabihonda musa de los «modelnos», sabe expresar la complejidad sentimental de su trágico personaje, Anthony Hopkins proporciona un simpático toque histriónico al tranquilo gourmet, científico escrupuloso y concienciado clavaestacas Van Helsing, Keanu Reeves ni molesta ni apasiona, al genial músico y cargante actor Tom Waits le encanta hacer muecas y poner cara de truene pero aquí está justificado de sobra, la juguetona Sadie Frost evidencia un porvenir notable. 

Coppola, al igual que en Corazonada y La ley de la calle, se ha olvidado de introducir carnaza y concesiones, elementos imprescindibles para anular los temores de las grandes productoras ante las veleidades artísticas del hijo pródigo. No ha hecho una película al gusto de la clase media pero sí una película de culto que mantendrá intacto su encanto cuando no existan ni las cenizas del cine actual que arrasa taquillas. El no tiene la culpa de ser un artista, de respetarse a sí mismo, a Drácula, al cine y al público.

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