La cosecha del año

«Cráneo privilegiado: rebrincado estoy por tus intemperancias. En un país de desagradecidos y pancistas, a ti te han dedicado el premio mejor dotado del universo de los cómicos, gracias a Coca Cola, a Marcos de Quinto y a Luis María Anson. A mí me gusta el tintorro espeso de la taberna de Picalagartos, pero en esta ocasión brindo con ese mágico brebaje; y brindo por Marcos de Quinto, que tuvo un padre eminente en las cosas del teatro: don José María. He defendido a todos los ganadores, incluso a la inhóspita, híspida y, yo creo, un poco sobrevalorada Angélica Liddell. Y defendería, si un día lo mereciese, a Rodrigo García, que es la rama masculina de esa vía cimarrona del teatro que hace Angélica. Hasta ahí he llegado y tú sabes que, en cuestiones escénicas, no creo en más insurgencia ni vanguardia que el esperpento. 

De los finalistas de este año no es cierto que puedan ganar todos como tú defiendes obstinadamente. Es verdad que cualquier nombre de los elegidos pudiera dignificar el galardón. Pero tu afán democrático te obliga a hacer tabla rasa igualitarista, cuando lo tuyo, cráneo privilegiado, fue primero el carlismo ornamental y luego la guillotina en la Puerta del Sol; y el paredón para los malos cómicos. No vas a decirme que Veraneantes, de Miguel del Arco, no fue lo mejor de la temporada, ni que Carmen Machi en Juicio a una zorra está por encima del texto del propio Miguel del Arco. A mí Carmen Machi me gustó también en Agosto, aunque menos que Amparo Baró. Todos, de acuerdo, pueden ser iguales ante el premio; los ya citados, y Alfredo Sanzol, Gerardo Vera, Paloma Pedrero, Mario Gas... y la compaña. Pero tú sabes que, en España, unos son más iguales que otros. Y de esos más iguales, que no puedo ni debo distinguir, va a salir el premio. 

Te gustará querido Max, cascarrabias insoportable, como te gustaron el de Mayorga, Juan Echanove, Paco Nieva, Nuria Espert, Liddell... No me vengas con tiquismiquis, tú, príncipe de las vanguardias, heterodoxo ácido y genio del esperpento. Lo que tienes que hacer es reescribir el Ruedo Ibérico; tanta materia te da la España borbónica de hoy, como la España del XIX con sus reinas cachondas y sus validos. A este respecto, el Borbón no tiene desperdicio, sin menoscabar sus servicios a la patria; qué gran autor, contigo retirado, se pierde la monarquía española. Y la pútrida democracia española. 

Este año, el fallo del Premio teníamos que haberlo hecho en el Gran Café de Gijón, crisol de la historia de España del último siglo y amenazado de extinción. No me parece raro que alguna vez pasaras por allí en busca de refugio y una copa de orujo. Por algo será que, en el mismo paseo, haya una estatua de tu padre y el mío y que, delante de ella, Chatono Contreras, Manolo Gómez y sus tribus, celebren todos los años el Día del Teatro e impongan bufandas a troche y moche. Yo tengo una, y bien tejida; no pienso desprenderme de ella pues buen calor me da en los fríos inviernos; la prefiero a la insignia de oro y de solapa. Si al Gijón le quitan la terraza de Recoletos, por cosa de subasta económica municipal, le quitan el oxígeno de primavera y verano. Allí, el gran fasto de esta noche en salones reales, hubiera sido homérico, fastuoso. No me atrevo a pedirte que medies con la burocracia del Ayuntamiento de Madrid porque puede que sea peor. Lo tuyo son las broncas en Gobernación y los calabozos de Sol. 

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