La flota de coches de lujo de Li Qin Fu

Hace 20 años, Li Qin Fu sólo tenía lo puesto. Hoy, hasta se ha construido su Capitolio con una verdadera flota automovilística (decenas de Ferrari, Mercedes, BMW, Lamborghini), mansiones, algún que otro Van Gogh, una enorme estatua en la colina más visible de su ciudad... Y todo lo que pueda permitirse este Rockefeller a la oriental cuya fortuna está valorada en más de 1.000 millones de euros. Ser rico en China es posible.

Li Qin Fu andaba por la vida con lo puesto cuando Deng Xiaoping abrió la veda capitalista y dijo aquello de "hacerse rico es glorioso". Desde entonces, allá por 1979, las cosas han marchado a toda velocidad para este cuarentón de carácter campechano y sonrisa afable. A tanta velocidad, de hecho, que el hombre más rico de China se encuentra estos días con serios problemas para elegir el coche con el que acudir a la oficina. 


Decenas de Ferrari, Lamborghini, Mercedes, BMW y demás marcas de lujo ocupan hasta la última plaza de un garaje de varias plantas. "Me han dicho que hay tipos más ricos que yo en China, pero nadie me ha presentado a ninguno de ellos", dice Li con aire orgulloso, consciente de que la riqueza ya no es pecado en esta China oficialmente comunista.

Li Qin Fu es el símbolo del Made in China y por lo tanto uno de los responsables de que esa frase esté estampada en sus zapatillas, en los juguetes de los niños y, si mira bien, quizá también en la parte trasera de su televisor. El millonario chino forma parte de una generación de nuevos ricos que tiene la sensación de vivir en una tierra de las oportunidades similar a la América de los Ford o los Rockefeller. Muerta la ideología comunista y prohibidas las religiones y la política, sólo una fe mueve estos días a Li y sus 1.300 millones de camaradas chinos: dinero, dinero, dinero. Li Qin Fu nació en 1962 en la ciudad de Xi Chang, provincia de Sichuan. Vivió su niñez en los tiempos de las persecuciones neuróticas de Mao durante la Revolución Cultural y quedó marcado por la miseria de una China que parecía empeñada en volver a hundirse a sí misma cada vez que trataba de levantarse. La muerte de Mao en 1976 sería el comienzo de una nueva etapa para el entonces adolescente Li. 

Unos apaños aquí y otros allá le habían servido para ahorrar poco más de 600 euros. En 1980, con sólo 18 años y siguiendo los consejos de Xiaoping, invirtió sus ahorros en montar una fábrica de tornillos. "Fue un fracaso, lo perdí todo", admite ahora con una sonrisa, recordando que aquel primer tropiezo no le desanimó. Días después había encontrado trabajo en una fábrica textil propiedad del Estado que se encontraba en estado ruinoso. El joven emprendedor no dudó en dar un paso adelante cuando las autoridades locales, en un intento de adaptarse a los nuevos tiempos de la empresa privada, ofrecieron a sus empleados tomar el control de la planta. El acuerdo incluía una particular cláusula en la que Li, el más lanzado entre sus compañeros, se comprometía a dar una parte de los beneficios al Estado, siempre que ese milagro fuera posible, claro. 

Y lo fue. El nuevo administrador de la empresa convirtió rápidamente la arruinada planta textil en un negocio redondo manufacturando camisetas y pantalones que rompían con la vestimenta tradicional y monótona de entonces. Pero su idea no era tanto vestir a sus compatriotas con un estilo que quizá era algo prematuro, sino exportar a todo el mundo un producto que él podía fabricar más rápido, en mayor cantidad y más barato. Tres años después se unió con una multinacional japonesa y comenzó a exportar a Oriente Medio. Nike, Adidas, Polo, Fila, Nec, Zegna, Nina Ricci o Burberry están hoy entre su lista de clientes y su fortuna personal ha superado los 1.000 millones de euros. Li admite que hasta hace poco su única afición era simplemente "coleccionar dinero" y que ha vivido todos estos años "de forma humilde". 

Nadie lo diría tras comprobar la fiebre materialista que le ha llevado a adquirir varias mansiones, más coches, joyas y demás caprichos inalcanzables para la mayor parte de sus compatriotas. De la pared de su oficina de Shanghai cuelga uno de los cuadro más caro del mundo. El retrato del doctor Gachet, de Van Gogh, fue un capricho que le costó cerca de 56 millones de euros. El día que compró la pintura, Li Qin Fu dejó de ser un rico más para convertirse en una celebridad y en motivo de orgullo incluso para un Partido Comunista empeñado en hacer de China una potencia. El dinero, sin embargo, no ha cambiado a este antiguo fabricante de tornillos. Al menos no del todo. 

Todavía se le puede ver comiendo tallarines en un puesto callejero y, como es costumbre entre los chinos, jamás deja nada en el plato. Vive con su mujer y sus dos hijos en una mansión pero, sin embargo, no tiene servicio doméstico interno. Una asistenta y una cocinera acuden diariamente a ayudar a su esposa en sus tareas domésticas. El director de la empresa Shanghai Matsuoka se ha propuesto, además, devolver a la sociedad una parte de su fortuna. Con su dinero se han construido carreteras y puentes en 50 kilómetros a la redonda alrededor de su Xi Chang natal. Sus empleados, los mejor pagados de China, cobran sueldos similares a los de un trabajador occidental y aseguran ser también los "más felices". A cambio, eso sí, deben darlo todo diez horas al día y seis días a la semana. Un rígido código laboral establece el maquillaje que deben llevar las empleadas, vigila el afeitado de los hombres, fija el tiempo de utilización del servicio y penaliza cada infracción con sanciones económicas que se descuentan del sueldo.

¿Hasta dónde puede llegar la fortuna del hombre más rico entre los 1.300 millones de chinos? Li no ha querido limitarse al sector textil y recientemente tuvo una idea que va camino de doblar el tamaño de su imperio económico. La ocurrencia fue importar una máquina de imprimir japonesa y comenzar a hacerse con el negocio de la impresión de billetes, folletos y formularios hasta convertir su empresa en la primera industria de imprenta del país. "Estamos estudiando nuevos sectores", dice optimista después de ver las acciones de su empresa subir como la espuma en la bolsa de Shanghai.

Li Qin Fu se ha convertido en el modelo a imitar por los jóvenes de esta nueva China de las oportunidades y las desigualdades. "Quiero inspirar a otros jóvenes a hacer lo mismo que he hecho yo", asegura. Durante décadas el ciudadano chino medio se acostumbró a que todos sus vecinos fueran tan pobres como él. Ahora, mientras hombres como Li prosperan y 145 millones de chinos se suman ya a la clase media del teléfono móvil y la discoteca de sábado noche, cerca de 900 millones de campesinos miran con recelo a los afortunados y tratan de huir a las ciudades en busca de un futuro distinto. China será en 2050 la primera potencia económica del mundo por delante de Estados Unidos, auguran los expertos. "Éste es el momento de crear las grandes fortunas, es la carrera del oro", añaden.

Los que lleguen a la meta pueden esperar verse inmortalizados como lo fueron antes los líderes de la revolución comunista de 1949. La figura de Li, por ejemplo, se erige imponente desde una colina de Xi Chang. La estatua, de seis metros de altura y tres toneladas de peso, fue esculpida en bronce y situada allí donde todo el mundo pudiera verla. El hombre más rico de China ordenó su construcción en un ataque de vanidad y no tuvo reparos en posar en una posición que recuerda mucho a la de Mao Zedong. "Enriqueceros", se puede leer en la placa que acompaña su figura y que recuerda aquel consejo que Li escuchó a Xiaoping en 1979. Nadie puede negar que lo ha seguido al pie de la letra. En la China que avanza a toda velocidad y que no tiene intención de detenerse, los héroes han dejado de ser los camaradas de la hoz y el martillo. Salvo que conduzcan un Ferrari y vistan de Armani, como Li Qin Fu.

Los orientales siguen apreciando las sedas, pero ahora disfrutan gastando su dinero, si lo tienen, en las tiendas de Armani instaladas en las grandes ciudades chinas. También las joyas han evolucionado. Las grandes firmas como Cartier tienen ya centros en China y aumentan sus ventas cada año. También están descubriendo el buen vino. ¿El problema? La mayoría prefiere, aunque se trate de un gran reserva, mezclarlo con gaseosa o refrescos. Enriquecerse lleva consigo exhibir el nuevo estatus. Chocan, por ejemplo, los relojes con brillantes, los coches deportivos adornados con muñequitos y las casas con dragones y figuras del zodiaco chino de oro macizo. Un nuevo rico que se precie no puede dejar de un lado su adquisición patriótica: una pieza de arte chino antigua expoliada por las potencias europeas y recuperada para la nación a base de talonario por un tal, digamos, Mister Chen. 

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