Buscando dandis

Sostiene Eduardo Vila Matas, refiriéndose a la literatura, eso sí, que no citar es abocarse al casticismo y/o la ocurrencia.Tomarse tal recomendación al pie de la letra viene aún mejor cuando se trata de hablar de algo que, si no está extinguido, sí se encuentra en el trance de desaparecer.

En estos tiempos líquidos no viene al caso la elaborada exquisitez dandi, y sí la veloz metamorfosis del trendsetter. No importan el Made in China, el roto y los descosidos, los tejidos inflamables, los malos cortes. Mañana nos compraremos otra prenda en un armario todo a 100 en constante renovación. ¿Cuántos nombres de tejidos puede conocer una joven menor de 20? ¿Apreciaría, sin haber sido adiestrada, el tacto de la mejor seda o la falsa frialdad de la auténtica piel? ¿Sabría que el refinamiento no es el objetivo final de una dieta?

En general, quizá tampoco se entendería, en pleno imperio de las buenas causas, la absoluta dedicación del clásico dandi al cultivo personal, sin coartada que matizara tan absoluto egoísmo.O la mordacidad, ironía y causticidad con la que solían manifestar su ingenio: hoy la corrección política impide casi hasta disentir.De ahí que debemos hablar de dandismo de oídas o leídas. Y leemos en la RAE: «Dandi. Hombre que se distingue por su extremada elegancia y buen tono». El uso del masculino como genérico no es óbice para afirmar que estamos hablando de una corriente de moda procedente de la Inglaterra de finales del siglo XVIII, eminentemente formada por hombres, que terminó calificando un estilo igualmente asignado a varones. 

De su way of life apenas recordamos su amor por el buen vestir. Sin embargo, ser un dandi significaba, en su versión más romántica, mucho más que ser elegante. Había que comportarse como tal, y eso requería cultivada educación, buenas maneras, nobleza de espíritu, caballerosidad, ingenio, autocontrol extremo, honestidad, gran capacidad para engatusar y cierta alergia a figurar, a llamar la atención o buscar notoriedad. En su versión tardía, la francesa, los más ortodoxos rechazaban la tópica frivolidad, vestían total look negro y abrazaban el ascetismo y una rígida disciplina.

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