Fruta sabrosa

Este fue uno de los conciertos más caros de la temporada y también uno de los mejores del año. Ambas cosas merecen observaciones diferentes. Las entradas costaban 2.800 pesetas y quizá por eso el público que llenó el pabellón era mayoritariamente adulto. Casi cinco mil personas abarrotaron el local. En escena había otras dieciséis. Después del éxito económico de taquilla es más fácil comprender por qué varias promotoras de conciertos habían estado anunciando que traían a Byrne a actuar a España. Hace unas semanas incluso tres de ellas, simultáneamente, informaban que le habían contratado para actuar por estas fechas. El interés que suscita en el público español la figura de Byrne es razonable. A fin de cuentas representa representa uno de los puntales de la música pop actual.

Otra cosa es que su paseo por los ritmos latinos sean brillantes o anecdóticos. Ya decíamos que los artistas del género difícilmente llenarían el pabellón con esos precios. Byrne es otro de los músicos anglosajones que huyen del pop. Como Peter Gabriel o Paul Simon, por citar los más conocidos, encuentran agotados los argumentos del pop y del rock. Probablemente, se podrían hacer buenas las declaraciones de Frank Zappa en las que señala que la publicidad y el puro los han desvirtualizado, y sólo los ritmos étnicos pueden ser un refugio de pasiones paera oídos vitalistas.

Afortunadamente, no es , todavía, así. Aún hay ritmos como el «hip-hop» y figurtas aisladas que conservan el coraje del rock. Byrne estuvo acompañado por quince músicos. Estos entraban y salían a escena según la canción. Los ritmos se fueron sucediendo sobre un escenario pulcro y modesto. La iluminación fue predominantemente blanca, como sus ropas. Cumbias, merengues, sambas, boleros, chachacha y otros ritmos latinos formaron el cóctel de frutas que el público devoró con vigor casi biológico. Sin embargo, el aplauso más, entusiasmado fue para Mr. Jones, una canción del repertorio de Talking Heads.

No hay que olvidar, que ya en su grupo, Byrne había realizado sus primeros pinitos por la música afrolatina. Y no sólo en el álbum más reciente de la banda. También en discos como Fear of music de 1979 o en uno de los discos de The name of this..., descaradamente racial, de 1981. El trabajo, ya en solitario de Byrne, con Rei momo va mucho más lejos hasta el punto de apostar al completo. Con estos quince músicos recorre medio mundo. sus conciertos, como éste de madrid, se convierten en una fiesta para bailar. Bailes tan sensuales como sexuales. Mención aparte merece el sonido que lograron ofrecer.

Un sonido brillante y, sobre todo, insólito en el Pabellón. Más merito tiene si tenemos en cuenta que eran hasta dieciséis artistas en escena. Además las trompetas, por ejemplo, eran trompetas. Nada de muestreadores o simuladores electrónicos. Por una vez no hubo exceso de vatios. Eso sí, no tocaron ninguna canción de los 3 sudamericanos. Y, algunos despitados, más que nada por los contoneos, se quedaron sin lambada.

Casi dos horas estuvo en en el escenario del Pabellón de Deportes del Real Madrid David Byrne. El concierto se inició con una breve introducción a cargo de Margareth Menezes. Esta cantante brasileña apareció en los carteles como artista invitada pero en realidad forma parte de la numerosa orquesta que acompaña al músico norteamericano. Margareth interpretó una canción en solitario, abriendo el concierto. Posteriormente cantó otras dos más, ya dentro del programa de la actuación.

La estructura de la banda es la clásica de las orquestas latinas. Todos los instrumentos son acústicos, excepto en los teclados y la guitarra eléctrica que interpreta el propio Byrne y el bajo. El ambiente en el Pabellón fue de auténtico fervor,. Una verbena con caché, vivida con emoció e interés. Entre los asistentes se pudieron ver a algunos notables de la nueva cultura oficial. Byrne ponía cara de asombro al ver el asombro con el que le contemplaban unos latinos. cuando él simplemente hacía canciones latinas. Misterios del universo cultural.

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