Vagando entre los sueños y la realidad

Tres días después de haber puesto pie en la República Federal de Alemania, Tomás, con una pinta exótica entre John Lennon y un vaquero de los llanos, decía: «quiero trabajar con vacas. No me gustan los caballos. Demasiado pretenciosos, demasiado disciplinados». 

Una semana después, presenta la misma sonrisa. «iGenial! La oficina de empleo me hecho cuatro ofertas de trabajo.... en la cría caballar!, desde luego, vaya suerte». Entre tanto, Tomás ha visitado una granja. Cuenta que antes, un señor con aspecto adinerado, con un Mercedes blanco, se le acercó en el campo de refugiados para ciudadanos germanoorientales de Ahrweiler y le ha ofreció un empleo en el zoo de Düsseldorf. «Eso está hecho», contestó Tomas. Pero el Mercedes blanco nunca más volvió a buscarle.

¿Se acabó el espejismo para Tomás y los suyos, que se salieron a principios de octubre de su pequeño pueblo cerca de Berlin Este? No del todo. Se han estrellado contra los espejos, y aprenden, muy deprisa, las nuevas reglas del juego. El primer día, Tomás quería un empleo «inmediatamente», para instalarse junto a Angélica y Tony, su pequeña familia, en una nueva casa y rehacer cuanto antes su vida. Después han probado al «patrón» germanofederal, y visto cómo la mayoría de los refugiados se lanzaban sobre el primer trabajo, para volver a veces reventados.

A pesar de todo, los primeros días fueron maravillosos. Ahora, la pequeña familia ha decidido estudiar con interés las sugerencias hechas por la oficina de trabajo local para trabajar en la cría caballar, tomar su tiempo para comparar las ofertas, prolongar su estancia en el campo de Ahrweiler. Una ventana, tres colchonetas, un alojamiento muy limpio. 

Durante algún tiempo todavía serán el punto de atracción del lugar. Angelica, por sus 27 años frescos y su dulce belleza; Tony su «pequeño hombre» de 14 meses, por sus cuatro pequeños dientes y sus rizos tan rubios como los de su padre. Tomás es un joven de 26 años de andares arqueados, bigote «a lo Dalí», y lacios cabellos hasta los hombros y sus ideas rebeldes. «Somos hugonotes», me contestó mi padre cuando le pregunté por el color de mis cabellos», recuerda Tomás. Sus padres han vivido en Alemania Occidental, en Hanayu, cerca de Francfort. Decidieron irse al Este en 1961, justo después de construirse el muro de Berlin.

Tomás, en tono guasón, recuerda a su padre, «un comunista convencido que instalaba calefacciones. Ha triunfado allí, equipando los barcos exportados a la URSS.» Un cuarto de siglo después, el hijo emprende el camino inverso. Tiene otros valores. En música, le gusta Bach y Mozart, por su herencia alemana, Motorhead y el rock duro, por la revolucionaria. Mick Jagger es su héroe, desde que pronunció su frase definitiva sobre la RDA: «No jugaré en la mayor cárcel del mundo». Ha venido aquí para «gozar de la vida», no para cambiar la sociedad. «Llevar una existencia sencilla, un poco como allí. Sólo que con un poco más de empuje, un poco más de ganas».

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