Los judíos ya tienen su líder

Isaac Jarzernicki se encontraba subido en un andamio cuando el capataz vino a comunicarle una terrible noticia. Toda su familia había perecido en una masacre perpetrada por los colaboradores de los nazis en su aldea natal de Ruzinov, al oeste de Polonia. Corría el año 1939 y el futuro primer ministro de Israel, que había emigrado cuatro años antes a la tierra prometida, trabajaba de albañil en Tel Aviv. 

Isaac buscó refugio a su infortunio en una academia religiosa y luego en la Facultad de Derecho de la Universidad Hebrea. Los demonios que le atormentaban y el sentimiento de culpa por haber abandonado a su familia no le dieron tregua hasta que se enroló en la recién formada Organización Militar Nacional (conocida por sus siglas hebreas de Etsel), un grupo clandestino nacionalista que había formado Menajem Beguin, otro judío polaco que había perdido a los suyos en el Holocausto. 

Isaac tenía 22 años cuando por primera vez empuñó un arma y cambió su apellido por el de Shamir, que figuraba en la cédula falsa que le proporcionaron los jefes de la organización. A finales de 1940, Shamir y un grupo de sus afines se escindió del Etsel para crear un grupo más radical: el de los Combatientes por la Libertad de Israel (conocido por sus siglas hebreas de Lehi). Planificó y tomó parte en un atentado fallido contra el gobernador británico de Palestina, sir Harold Michael. Menos afortunado fue Lord Moyne, máximo representante de Gran Bretaña en Oriente Medio, cuando un carreta cargada de dinamita estalló al paso de su vehículo por una de las estrechas calles de El Cairo. Esta vez la Inteligencia británica consiguió capturar a Shamir, confinándolo en un campo de prisioneros de Eriterea donde debía ser ejecutado al cabo de una semana. El avezado Shamir escapó de la horca gracias a sus inagotables dotes camaleónicas: se embadurnó de betún y sobornó a un guardia etíope con su reloj para que le cediera su uniforme. 

Disueltas las milicias, con la creación del Estado de Israel en 1948, el ex terrorista se dedica al comercio, especializándose, irónicamente, en la importación de maquinaria y casimires ingleses. Aunque le consideraba un proscrito por la sangre que había derramado, el Gobierno laborista que presidía David Ben Gurion le ofrece, en 1955, un puesto en las filas del Mosad, el flamante servicio de espionaje israelí. 

En 1966, ya casado y padre de dos hijos, Shamir forma con Menajem Beguin el partido Herut, un grupo de extrema derecha que asociado al Partido Liberal y otras facciones accede al poder en 1977. Beguin le designa como presidente del Parlamento, un cargo honorífico. Pero en 1980, tras la dimisión de Moshe Dayán, los halcones del Likud consiguen que a Shamir se le conceda el estratégico cargo de ministro de Exteriores. 

Frío como un águila, un episodio pone de relieve el contraste con Beguin, la otra gran figura histórica del nacionalismo hebreo. En septiembre de 1982, al conocer las dimensiones de la matanza en los campamentos palestinos de Sabra y Shatila, Beguin estuvo a punto de desfallecer. El goteo de bajas israelíes que se cobró aquella guerra y el quiebro que produjo en la opinión pública terminaron por hundir al jefe de Estado, que se vio obligado a abandonar sus funciones. Shamir siguió cumpliendo las suyas como si nada. 

Al año siguiente, Shamir tomó el relevo de Beguin, pero dado el escaso margen de apoyo en el Parlamento, se vio forzado a convocar elecciones. El resultado arrojó un empate entre el Likud y el Partido Laborista, y hubo que formar un gobierno rotatorio en el que Shamir y Simon Peres ocuparían cada uno por espacio de dos años la jefatura del Ejecutivo. 

El paso del tiempo y las responsabilidades del poder abrieron una grieta en la postura monolítica de Shamir y es así como en 1984, junto al laborista Isaac Rabin, elabora un plan para resolver el conflicto de Oriente Próximo mediante la creación de una confederación palestinojordana. Los nuevos barones del Likud, Ariel Sharon y Benjamin Netanyahu sabotearon el plan con el argumento de que tal entidad representaría una amenaza para Israel.
En octubre de 1991, Shamir encabezó la delegación israelí en la Conferencia de Madrid, con una actuación más bien deslucida que refleja su proverbial falta de carisma y su estrepitosa oratoria. Cabe señalar que de todos los gobernantes nacionalistas, Shamir fue el que menos recursos dedicó a la colonización de los territorios ocupados. La suma de contradicciones espantó a los electores tradicionales del Likud y fue así como en los comicios de 1992, Rabin logró una imponente victoria sobre un rival que ya había perdido la ambición por el poder. 

El diciembre de 1995 anunció que se retiraba de la política: «Ha llegado el momento de irme porque no hay nadie en el Parlamento que tenga más de 80 años», dijo. Un argumento muy propio de su sobriedad. Víctima de Alzheimer, ayer murió a los 96 años. 

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