Juan Goytisolo un escritor transparente

La musa no deja morir. La sentencia de Horacio fue recordada por el presidente del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, para dar a entender que la larga conversación, de sus muchos amigos y sus muchísimos lectores, con Carlos Fuentes, sigue y seguirá en el tiempo. Lo dijo en un homenaje (serio, académico, sin concesiones al sentimentalismo y «un acto de estricta justicia», como dijo García de la Concha) que el Instituto Cervantes dedicó ayer al escritor mexicano recientemente fallecido y que fue el primero de una serie que continuará estos días.

García de la Concha se centró en el perfil personal de Fuentes. Recordó su «porte juvenil, de patricio veneciano», el modo en que se proclamó ciudadano de un mundo que es uno solo, como aprendió del Inca Garcilaso; y también los años en que trabajó de guionista junto a García Márquez, hasta que éste planteó el dilema de «salvar al cine mexicano o escribir sus propias novelas» y ambos optaron por lo segundo. Fue también, añadió el presidente del Cervantes, un impulsor decidido de la ciudadanía cervantina que nos hermana a todos los hablantes del español, por lo que merecía el título de embajador permanente del territorio de La Mancha.

Tras un vídeo con imágenes del propio Fuentes (inaugurando, por ejemplo, el III Congreso Internacional de la Lengua Española), José Manuel Caballero Bonald habló de la capacidad analítica de Fuentes, plasmada ya en 1969 en un trabajo fundacional: La nueva novela hispanoamericana, en el que se ocupaba de Vargas Llosa, Alejo Carpentier, García Márquez, Cortázar y Juan Goytisolo.

En ese trabajo fijó la pauta de lo que se llamaría el boom -apelativo, dijo Caballero Bonald, que no es inmejorable- y demostró su vasta curiosidad intelectual y su independencia de criterio. Hijos de su tiempo, los cinco autores estudiados tomaron partido por la civilización frente a una barbarie que entonces azotaba a buena parte de Hispanoamérica y a la propia España.

Caballero Bonald emparentó a Fuentes y a aquellos autores con los cronistas de Indias que crearon un lenguaje para designar realidades nuevas, nunca vistas antes. Unos y otros reaccionaron contra el español oficialista metropolitano y surgió un español nuevo y mestizo que hablaron Pedro Páramo, La Maga, Aureliano Buendía…

Por su parte, Juan Goytisolo contrapuso la figura de Fuentes a la de Virgilio, ya que la noticia de la muerte del mexicano le sorprendió a él leyendo La muerte de Virgilio de Hermann Broch. En oposición al clásico, Fuentes nunca puso su pluma al servicio de los poderosos; al contrario, «retrató la realidad mexicana con una capacidad visionaria que podemos calificar de goyesca». Su obra, concluyó Goytisolo, tenía el impulso de los cronistas de Indias, el afán cognoscitivo de Humboldt, la cólera de Las Casas.

Cerró el acto uno de sus mayores estudiosos, el profesor Julio Ortega. Recordó que, cuando se conocieron en el verano mexicano del 69, Fuentes le contó que estaba escribiendo una novela en la que había una conversación en el infierno entre el presidente Díaz Ordás y el diablo. Era el principio de la que, seguramente, es su obra mayor, Terra nostra.

Fue un escritor, añadió Ortega, que renunció tanto al Estado como al mercado e inventó esa utopía (Gabo dixit) de la República de los escritores amigos. De su obra, Ortega destacó la libertad como la mayor virtud, y el complejo y rico trabajo sobre la temporalidad, su gran tema literario. El profesor Ortega recordó la ocasión en que un viejo seguidor le preguntó a Fuentes por cómo seguían Carpentier, Miguel Ángel Asturias o Cortázar, cuando los tres habían muerto. Pero quizá tenía razón aquel hombre y los tres vivían; igual que sigue vivo Fuentes, concluyó.

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