David Mora y el desangre del toro

Gran mano a mano en la Maestranza. Victorinos para Iván Fandiño y David Mora, dos toreros emergentes que llegan con toda su artillería. Fueron la revelación del año pasado y van a ser la vanguardia torera de esta temporada. Mucha vanguardia va a necesitar la Fiesta Nacional. Vanguardia, decíamos en lenguaje hoy arcaico, es la conciencia organizada de una clase. Aquí, en la Fiesta, los únicos organizados son los del G-10 que tienen su agitpro, sus intelectuales orgánicos y sus líderes. Fandiño y Mora no están igual de preparados. Quiero decir que no son vanguardia de nada, salvo de sí mismos. Las vanguardias mutan en grupo dirigente y reproduce los mismos vicios y desafueros que intentan combatir. Las revoluciones han sido necesarias, pero como dice Pedro J. Ramírez en su libro, anuncian ya los primeros naufragios. 

Tras sucesivos rechazos del equipo veterinario y recomposiciones de la torada, quedó una corrida pareja. Y muy en el tipo de Vitorino. A los corrales de la Maestranza llegan saldos indecorosos, eso es verdad. Pero no cuelan todos los saldos ni deshechos. A Victorino Martín le diezmaron la corrida en el reconocimiento, por falta de trapío algunos, y tuvo que reponer. ¿Por qué esas cosas no se hacen antes, en el embarque de la dehesa? ¿O es que pierden el trapío en el viaje? Lo que parece es que los veterinarios están dispuestos a transigir solo lo imprescindible. A ver si entre los rizos de los farolillos se mantiene un mínimo de rigor. Fandiño muy bien, izquierda larga, pulcra y poderosa. Mora, siempre en su sitio. 

La corrida, cárdena y de medio pelo; o sea baja de casta pero con movilidad y fuerza. En estos tiempos, un tesoro. El tercero muy bueno. Toros de esos que, buscando los tobillos del torero, ponen un gesto de angustia en las espectadoras que se refugian en la pretendida fortaleza del acompañante. A la protagonista de Historia del Ojo, cumbre de la literatura erótica, de Georges Bataille, no le ocurría esto ni necesitaba la protección de su compañero de orgías: sangre, semen, sol, pulsiones, instinto sexual.

Esa era la clave de la corrida y la clave de Historia del Ojo, para Bataille. Entre toro y toro la pareja salía de estampida para consumar en cualquier rincón, con olor a sangre y estiércol, el sacrificio sagrado de la fornicación. No había entreacto sin sacrificio. Luego, de vuelta a la barrera, les servían a los depravados amantes, testículos de toro crudos que quizá fueran un reconstituyente. Ayer, en los tendidos de la Maestranza, no advertí ninguna fuga de esas urgencias transgresoras. La manzanilla de Sanlúcar y el cante jondo son los mejores afrodisiacos. O muletazos como los de Fandiño que cortó oreja y Mora que no cortó nada, pero estuvo en torero de verdad. También eso vale.

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